Entre
los muchos lugares que me gustan de París, están los pasajes. Los más elegantes
los encontraremos en la zona centro de la ciudad y los demás, suelen estar en
los distritos más alejados. Son estos últimos, callejones que el paso del
tiempo no ha cambiado, ni tampoco el barón Haussmann llegó hasta aquí, los que
hoy apreciemos, sobre todo por los contrastes que ofrece a la ciudad. Son
lugares ideales para quienes tienen el deseo de disfrutar de un paseo tranquilo
y descubrir rincones insólitos.
Entrada al pasaje por la rue du
Faubourg Saint-Antoine. El primer tramo del pasaje está cubierto
Este
pasaje se abrió en 1842. En esa época predominaban los talleres para trabajos
en madera, lo que en francés llaman "un chantier de bois à brûler
". Aunque la traducción litera sería
"patio de leña"; de ahí
que el nombre del pasaje haga referencia a ellos. El antiguo adoquinado aún
se mantiene a lo largo del trayecto.
La lluvia resalta el adoquinado
Aún
hoy podemos encontrar carpinteros que trabajan en sus talleres creando muebles
antiguos y modernos. Tal vez los muebles no sean de nuestro gusto, pero estos
sitios, menos masificados por el turismo y retirados del centro, merece la pena visitarlos si hay tiempo; nos
sacan de esa imagen de París, tan idealizada, que nos llevamos de recuerdo
cuando volvemos a nuestros respectivos lugares.
Los carteles de publicidad de los
diferentes artesanos dan color al pasaje
Este
distrito fue muy frecuentado por los ebanistas desde el siglo XVII. En 1700, el
Fabourg Saint-Antoine contaba con unos 500 carpinteros y 400 ebanistas, desde
los más reconocidos hasta los aprendices. En 1777, se instaló en este pasaje
Adam Weisweiler (1744-1820) cuando contrajo matrimonio con Barbe Conte. Era un
ebanista que alcanzó el grado de maestro en el año
1778, título
que le valió para aumentar
su buena reputación como artesano
y recibir encargos importantes de la Corte. Los pedidos eran entregados a
través de un comerciante llamado Dominique Daquerre. Entre sus clientes estaban
María Antonieta, a quien le entregó una mesa de escritura de acero, laca, ébano
y bronce en el castillo de Saint-Cloud en 1784.
Salida del pasaje hacia la rue de
Charenton
Rebuscando
en el pasado, en concreto en la época de la revolución francesa de 1848, en el
nº10
de este pasaje, hubo una fábrica
clandestina de armas. La tienda, que en apariencia forjaba balcones y
balaustradas, en realidad producía
balas, pólvora
y cartuchos.
Un rincón del pasaje
Con
sus historias, unidas al encanto que guardan algunas fachadas, en este pasaje
es fácil dejar vagar nuestra imaginación y situarnos en el París de antaño.
Así
es esta ciudad.
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